Trotsky y la lucha antiimperialista en América Latina

El estudio de la posición de León Trotsky sobre la lucha antiimperialista en América Latina tiene una gran relevancia para la realidad actual de nuestro continente. Concretamente, la teoría de la Revolución Permanente, formulada por Trotsky, dotó al marxismo de la base teórica correcta para comprender en toda su amplitud el carácter de la lucha antiimperialista de las masas trabajadoras en los países ex-coloniales y de capitalismo atrasado.

Por eso debemos comenzar nuestro análisis con una exposición de esta teoría, como punto de partida para analizar la aplicación concreta que hicieron de ella Trotsky y sus partidarios en América Latina.

Vigencia de la teoría de la Revolución Permanente

La condición para sacar a los países ex-coloniales y subdesarrollados de su atraso secular, en la época actual de dominación imperialista, es la consumación de las tareas democrático-nacionales no resueltas: como la unificación nacional y liberación de la dominación imperialista, plenos derechos democráticos para la población y las minorías nacionales oprimidas, la reforma agraria, un desarrollo industrial y cultural avanzado, un sistema de transporte moderno y eficiente, la separación de la religión del Estado, entre otras.

Trotsky y la lucha antiimperialista en América LatinaPero la burguesía nacional de estos países está totalmente incapacitada para culminar estas tareas al haber llegado demasiado tarde a la cita de la historia y estar su propio desarrollo sofocado por la presencia de un puñado de potencias imperialistas que dominan el mercado mundial a través de empresas multinacionales. Además, las burguesías nacionales, resultantes de la fusión de la vieja oligarquía terrateniente con la burguesía financiera e industrial, están vinculadas al capital monopolista imperialista por diferentes vías, a menudo enlazadas entre sí: como suministradoras de materias primas y bienes semielaborados a los países imperialistas y multinacionales extranjeras, participando en negocios comunes con empresas extranjeras, o actuando como agente de los negocios imperialistas en el país.

Por eso, las tareas democrático-nacionales inconclusas sólo pueden ser terminadas por la clase obrera en el poder a través de la revolución socialista y sus organismos democráticos de poder (soviets), con el apoyo del campesinado pobre y demás clases populares oprimidas de la sociedad. Al expropiar el capital extranjero y a la gran burguesía nacional, la clase obrera podría comenzar a resolverse los acuciantes problemas que ahogan a la sociedad, por medio de la planificación democrática de la economía y el desarrollo de las fuerzas productivas.

Aunque pueden existir contradicciones y rivalidades de intereses entre el imperialismo y la burguesía nacional de un país capitalista atrasado, la experiencia histórica demuestra que la burguesía nacional teme más a las clases oprimidas de su país que a su rival imperialista, una vez que las masas trabajadoras son movilizadas y puestas en pie por el conflicto desatado con el imperialismo. Por eso, la burguesía nacional termina traicionando a las masas populares, indefectiblemente, para volverse a cobijar bajo el ala de su amo imperialista.

La teoría de la revolución permanente, por lo tanto, considera como falsas y enemigas de los intereses de la clase obrera y del pueblo pobre las teorías de colaboración de clases, como la teoría reformista de las dos etapas (“primero unámonos con la burguesía progresista para alcanzar la liberación nacional y la democracia, y luego lucharemos por el socialismo”) que tantas derrotas y sufrimientos ha traído a las masas trabajadoras de nuestro continente, y más allá.

La teoría de la Revolución Permanente contiene otra implicación transcendental: la revolución socialista triunfante en un país de capitalismo atrasado, para no perecer aislada o degenerar burocráticamente, debe encontrar un eco en los países de su entorno a través de un proceso revolucionario internacional que culmine en los países capitalistas más desarrollados, quienes también enfrentarían contradicciones de clase agudas como resultado de la crisis general del capitalismo.

Así, la revolución que comienza en un país atrasado aislado y culmina en la revolución socialista mundial adquiere un desarrollo ininterrumpido, permanente; de ahí el nombre de Revolución Permanente que León Trotsky le dio a esta teoría, adoptando una expresión acuñada por Marx después de la fracasada revolución alemana de 1848.

El triunfo de la revolución socialista en la Rusia de 1917 confirmó brillantemente la perspectiva de Trotsky y la validez científica de la teoría de la Revolución Permanente. La revolución triunfó en un país muy atrasado y expropió a los capitalistas y terratenientes rusos y extranjeros, y desató la revolución en Europa y gran parte de Asia. Lamentablemente, la ausencia de partidos revolucionarios de masas con direcciones a la altura de las tareas que la Historia requería frustró el triunfo de la revolución socialista fuera de Rusia, que quedó aislada, lo cual preparó las condiciones para la posterior degeneración burocrática y totalitaria de la revolución soviética.

De una manera distorsionada, la teoría de la Revolución Permanente encontró su expresión en China, Cuba y otros países donde el capitalismo fue derrocado, aunque no por la acción dirigente de la clase obrera sino por ejércitos guerrilleros con una base campesina, lo que junto a la presión de la burocracia estalinista de la URSS, favorecieron la aparición de deformaciones burocráticas en la revolución.

Más actualmente, el hecho quela Revolución Bolivariana en Venezuela haya puesto en discusión su carácter socialista, si bien aún dista de estar completada, subraya la tendencia socialista inherente a cualquier revolución en la época moderna.

Trotsky en Latinoamérica

Trotsky arribó a México en enero de 1937 procedente de Noruega. En su exilio mexicano, Trotsky pudo prestar una atención concreta a los problemas de la revolución latinoamericana. Él mismo lo admitió cuando desembarcó en el puerto mexicano de Tampico: “Quiero estudiar exhaustivamente la situación de México y de América Latina, ya que es muy poco lo que sé al respecto”[1].

Pero el interés de Trotsky por América Latina a fines de los años 30 del siglo pasado, se asentaba en sólidas bases objetivas y subjetivas.

Desde el punto de vista político subjetivo, a mediados de los años 30, la Liga Comunista Internacional[2] contaba con grupos en muchos países latinoamericanos: México, Brasil, Chile, Cuba, Argentina, Puerto Rico, Bolivia, Uruguay, Colombia, Venezuela, Costa Rica y Panamá; que atravesaban diferentes etapas de desarrollo, siendo los más importantes los de Brasil, Chile y Cuba. En estos dos últimos países, los trotskistas llegaron a superar en número de militantes, durante algún tiempo, a los partidos comunistas oficiales.

En el plano objetivo, América Latina había conocido un cierto desarrollo industrial desde comienzos del siglo XX, y más aceleradamente a partir de la Primera Guerra Mundial, que dio lugar al nacimiento de un proletariado joven y muy combativo que había protagonizado grandes luchas y había sido sometido también a represiones sangrientas feroces por parte de la clase dominante y las empresas extranjeras asentadas en sus países.

Latinoamérica jugaba ya un papel muy importante en el suministro de materias primas (petróleo, caucho, estaño, manganeso, níquel, carne, trigo, etc.) y en la generación de un mercado para las mercancías de los países imperialistas; pero, además, emergía como un área estratégica y diplomática de gran importancia para estas potencias imperialistas en la antesala de la 2ª Guerra Mundial, cuyo estallido era inminente.

Casi todos los países latinoamericanos entraban en la categoría de países atrasados, con un campesinado pobre numeroso y relaciones semifeudales en el campo, combinado con un cierto desarrollo industrial en las ciudades más importantes.

Incluso países como Argentina, Uruguay o Chile, que tenían el mayor desarrollo industrial del continente, con una población mayoritariamente urbana y un campesinado poco numeroso, y cuyas tareas democrático-nacionales habían sido resueltas en un grado mayor que las de los demás países latinoamericanos, no podían ocultar su humillante dependencia del capital extranjero y de la diplomacia imperialista.

Consecuentemente con este análisis, la Liga Comunista Internacional ya había establecido las tareas y el programa general para los marxistas revolucionarios de America Latina. Así, en junio de 1934, la LCI publicaba una importante declaración con el título: “La guerra y la Cuarta Internacional”, en uno de cuyos apartados establecía:

“Sud y Centroamérica sólo podrán liquidar el atraso y la esclavitud uniendo sus estados en una única y poderosa federación. Pero no será la atrasada burguesía sudamericana, agencia totalmente venal del imperialismo extranjero, quien cumplirá esta tarea, sino el joven proletariado sudamericano, llamado a dirigir a las masas oprimidas. Por lo tanto, la consigna que debe guiar la lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la sangrienta domina­ción de las camarillas compradoras nativas es Por los estados unidos soviéticos de Sud y Centroamérica”. (La guerra y la cuarta Internacional, 10 de junio 1934).

De esta manera, el carácter de la futura revolución latinoamericana quedaba claramente establecido y se correspondía completamente con lo planteado en las tesis de la Revolución Permanente. La burguesía latinoamericana era caracterizada como atrasada y agente del imperialismo, correspondiéndole al joven proletariado latinoamericano la tarea doble de desembarazarse de la asfixia imperialista y de terminar con la explotación de las burguesías nativa y extranjera, mediante la toma del poder. Al mismo tiempo, rechazaba cualquier tipo de salida “nacional” y abogaba por la unidad socialista (soviética) de América Latina.

El bonapartismo “sui generis”

De toda la participación de Trotsky en las polémicas y debates sobre la revolución latinoamericana durante su estadía en México, fueron dos asuntos los que ocuparon principalmente su atención. Por un lado, la actitud hacia el gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas, un gobierno que contó con un apoyo de masas en la población y tomó medidas audaces contra los intereses imperialistas en México. Y por otro, los debates y polémicas que sostuvo con el APRA peruano (Alianza Popular Revolucionaria Americana), que por aquellos días se postulaba a sí mismo como el heraldo del nacionalismo revolucionario antiimperialista latinoamericano. Creemos que las posiciones de Trotsky sobre ambos temas arrojan mucha luz a los marxistas sobre fenómenos históricos actuales.

A mediados de los años 30 comenzaba a darse un fenómeno peculiar como fue la proliferación, en casi todos los países latinoamericanos, de gobiernos bonapartistas de diverso tipo: desde presidencias “fuertes” ejercidas por civiles hasta dictaduras militares extremadamente represivas.

Las bases materiales que daban origen a tales regímenes fueron explicadas por León Trotsky:

“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al prole­tariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno gira entre el capital extran­jero y el nacional, entre la relativamente débil burgue­sía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista “sui generis”, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capitalismo extran­jero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ga­nando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política [del gobierno mexicano] se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de las com­pañías petroleras”. (La industria nacionalizada y la administración obrera. 12 de mayo 1939).

Trotsky ubicaba al régimen de Cárdenas en el bonapartismo “de izquierda” que se apoyaba en los trabajadores y campesinos para golpear al imperialismo con vistas a garantizar un desenvolvimiento más libre a la débil burguesía mexicana que, en palabras de Trotsky, era mucho más raquítica, social y económicamente, que la burguesía rusa de 1917[3].

Es importante detenerse en esto. No fue la burguesía mexicana, débil y miedosa, sino un sector del aparato del Estado comandado por oficiales del ejército que se habían formado al calor de la revolución mexicana de 1910-1920, como Lázaro Cárdenas y Francisco Mújica, quien tomó medidas contra intereses imperialistas y terratenientes del país que abrían nuevas perspectivas de desarrollo al capitalismo mexicano.

En modo alguno la aparición de este tipo de gobiernos en una serie de países a lo largo de los años 30, 40 y 50 del siglo pasado (Cárdenas en México, Perón en Argentina, Arbenz en Guatemala, etc.) fue un resultado necesario e inevitable condicionado por el desarrollo objetivo del capitalismo. Pese a la disparidad de desarrollo capitalista de estos países entre sí, la clase obrera jugaba ya un papel importante en la vida económica y social a través de sus organizaciones de masas, principalmente los sindicatos. Fue la orfandad política en que se encontraba el proletariado en estos países, favorecido por la degeneración nacional-reformista de los partidos comunistas locales, lo que permitió a personalidades como el General Lázaro Cárdenas, y otras, utilizar las aspiraciones revolucionarias de las masas trabajadoras para encumbrarse en el poder. En la medida que no podía existir una “tercera vía” entre capitalismo y socialismo, sus medidas para limitar el saqueo del país por el capital extranjero y sus ataques contra los sectores más parásitos de la burguesía nacional (los terratenientes, principalmente) elevaron el nivel de vida de las masas, ampliaron el mercado interno del país y abrieron objetivamente un camino más amplio al desarrollo de la pequeña y la mediana burguesía local.

Y no obstante, los sectores decisivos de la burguesía nacional terminaron conspirando con el imperialismo norteamericano en todos estos países para sustituir esos gobiernos “semiindependientes” por otros más afines a los intereses imperialistas y oligárquicos que disciplinaran al movimiento de masas. En el caso de Cárdenas, tal desplazamiento se dio por “vías democráticas”; en los casos de Perón y Arbenz, e incluso en el caso de Vargas en Brasil, que comenzó siendo un bonapartista de derecha y terminó escapando al control del imperialismo norteamericano, lo fueron por medio de golpes militares sangrientos y conatos de guerra civil. Desde entonces, la burguesía nacional en todos estos países selló, con sangre, su alineamiento con el imperialismo.

El gobierno de Lázaro Cárdenas

¿Qué actitud recomendó Trotsky a sus partidarios en México, y a nivel internacional, hacia este tipo de gobiernos? Esto se derivaba del análisis de clase de este tipo de regímenes:

“El México semicolonial está luchando por su independencia nacional, política y económica. Tal es el significado básico de la revolución mejicana en esta etapa. Los magnates del petróleo no son capitalistas de base, no son burgueses corrientes. Habiéndose apoderado de las mayores riquezas naturales de un país extranjero, sostenidos por sus billones y apoyados por las fuerzas militares y diplomáticas de sus metrópolis, hacen lo posible por establecer en el país subyugado un régimen de feudalismo imperialista, sometiendo la legislación, la jurisprudencia y la administración. Bajo estas condiciones, la expropiación es el único medio efectivo para salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de democracia.

“Qué dirección tome el posterior desarrollo económico de México depende, decisivamente, de factores de carácter internacional. Pero esto es cuestión del futuro. La revolución mejicana está ahora realizando el mismo trabajo que, por ejemplo, hicieron los Estados Unidos de Norteamérica en tres cuartos de siglo, empezando con la Guerra Revolucionaria de la Independencia y terminando con la Guerra Civil por la abolición de la esclavitud y la unidad nacional.” (México y el imperialismo británico. 5 Junio 1938).

Partiendo del carácter progresivo y antiimperialista de las reformas introducidas por el gobierno de Cárdenas “en esta etapa”, Trotsky planteaba que, en un contexto donde el proletariado –pese a jugar un papel económico y social importante– se encontraba rodeado de un mar de campesinos, y ambos tenían ilusiones en el gobierno de Cárdenas, la única táctica viable para los trotskistas era establecer un frente único con el movimiento de masas que se agrupaba alrededor del presidente Lázaro Cárdenas, a condición de no mezclar las banderas y de conservar su libertad de crítica. Esta era la única manera de hacer pie en las masas y agrupar a la vanguardia de trabajadores avanzados.

En el artículo citado, Trotsky explicaba:

“Sin sucumbir a las ilusiones y sin temer a las calumnias, los obreros avanzados apoyarán completamente al pueblo mejicano en su lucha contra los imperialistas. La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista…

“… El proletariado internacional no tiene ninguna razón para identificar su programa con el programa del gobierno mejicano … Sin renunciar a su propia identidad, todas las organizaciones honestas de la clase obrera en el mundo entero, y principalmente en Gran Bretaña, tienen el deber de asumir una posición irreconciliable contra los ladrones imperialistas, su diplomacia, su prensa y sus aúlicos fascistas... La lucha por el petróleo mejicano es sólo una de las escaramuzas de vanguardia de las futuras batallas entre los opresores y los oprimidos.” (Íbid.)

Además, había que agitar por un programa de transición al socialismo, donde las demandas democráticas jugaran un papel importante, y esperar a los choques y enfrentamientos entre sectores de aparato del Estado, y de fracciones de éste con la burguesía nacional, que reflejarían las presiones de la burguesía nacional para cobijarse de vuelta bajo el ala del imperialismo. El pronóstico de Trotsky era que esto crearía condiciones para el desarrollo de un movimiento independiente del proletariado que podría ser aprovechado por una corriente marxista revolucionaria que en el período previo hubiera organizado una tendencia significativa en los sindicatos, las fábricas y el transporte.

Esta fue la orientación general que Trotsky planteó a sus seguidores. Sin embargo, una fracción ultraizquierdista del grupo trotskista mexicano, dirigida por Luciano Galicia, desdeñaba las ilusiones democráticas de las masas y atacó de manera sectaria al gobierno de Cárdenas por indemnizar a los antiguos dueños de los ferrocarriles y a las compañías petroleras expropiadas; de la misma forma que hoy día las sectas ultraizquierdistas se burlan de las nacionalizaciones llevadas a cabo por el Presidente Hugo Chávez y atacan con saña a su gobierno.

Trotsky y la dirección de la IV Internacional condenaron sin contemplaciones las posiciones ultraizquierdistas de Galicia y sus seguidores quienes, meses antes, habían llamado al “sabotaje” y la “acción directa” para oponerse a la suba de precios.

Se daba la paradoja de que mientras representantes oficiales de la IV Internacional participaban en mítines públicos dentro de México en apoyo a las nacionalizaciones de los ferrocarriles y del petróleo, Galicia y sus amigos se dedicaban a pegar carteles en las calles, en nombre del grupo trotskista mexicano, para denunciar al gobierno de Cárdenas por indemnizar a las empresas nacionalizadas.

Trotsky escribió a sus partidarios: “Vuestra participación en el mitin aquí tuvo un resultado "inesperado". Galicia, en nombre de la Liga restaurada, publicó un manifiesto en el cual atacaba a Cárdenas por su política de compensar a los capitalistas expropiados y colocó este manifiesto principalmente en los muros de la Casa del Pueblo. Tal es la ‘política’ de esta gente”. (Por la reorganización de la sección mejicana. 15 Abril 1938).

Ante el peligro de caer en el descrédito y de ver ensuciada la bandera de la IV Internacional delante de los obreros y campesinos mexicanos Trotsky rompió con los ultraizquierdistas, y el Secretariado Internacional de la LCI acordó reorganizar la sección mexicana. La propia Conferencia fundacional de la IV Internacional, celebrada unos meses después, condenó las actividades del grupo de Galicia y ratificó su expulsión de las filas de la IV Internacional.

Un aspecto destacado de la lucha antiimperialista de Trotsky en América Latina fue denunciar la demagogia “democrática” del imperialismo representado por EEUU, Gran Bretaña, Francia, etc. que buscaban justificar el saqueo del continente en aras de la “democracia” y la “libertad”. Trotsky señaló que todos los países imperialistas, fueran “demócratas” o “fascistas” ocultaban sus intereses bajo máscaras diversas para tratar de esclavizar naciones y continentes enteros, apropiarse de sus recursos e incorporarlos a la órbita de su diplomacia. Trotsky insistía que la verdadera contradicción no era entre países “democráticos” y “fascistas”, sino entre naciones imperialistas y naciones oprimidas; pero, siguiendo la teoría de la Revolución Permanente, encontraba la solución a esta contradicción en el triunfo de la revolución socialista mundial.

Específicamente, entabló una lucha contra los estalinistas y denunció su claudicación frente a los imperialismos “democráticos”. Hasta la víspera del inicio de la 2ª Guerra Mundial, en septiembre de 1939, cuando se firmó el infame pacto Molotov-Ribbentrop entre la Alemania nazi y la URSS estalinista, la burocracia del Kremlin había apostado toda su política exterior a congraciarse con las potencias “democráticas” en un supuesto “frente antifascista” contra Alemania e Italia. Stalin estaba aterrorizado ante la perspectiva de una invasión de la URSS por la Alemania nazi y no tenía ninguna confianza en la victoria soviética. A cambio, la URSS se comprometía a descarrilar cualquier proceso revolucionario que amenazara los intereses de las potencias “democráticas”, como lo hizo en la Guerra Civil española de 1936-1939. Las políticas de los Partidos Comunistas locales quedaban así subordinadas a los estrechos intereses nacionales de la burocracia rusa.

En una entrevista con el trotskista argentino, Mateo Fossa, Trotsky explicaba: “En sus negociaciones con los imperialistas, los países latinoamericanos sólo les sirven al Kremlin de moneditas para el cambio menudo. A Washington, Londres y París Stalin les dice: ‘Reconózcanme como su igual y yo les ayudaré a aplastar el movimiento revolucionario de las colonias y semicolonias; para eso tengo a mi servicio a centenares de agentes como Lombardo Toledano’ [dirigente de la Central de Trabajadores Mexicanos]. El stalinismo se ha transformado en la lepra del movimiento de liberación” (La lucha antiimperialista es la clave de la liberación. Una entrevista con Mateo Fossa. 23 Septiembre 1938).

Debates con el APRA

Los debates que mantuvo Trotsky con el APRA peruano guardan una rabiosa actualidad porque, hasta cierto punto, las posiciones defendidas por el APRA en aquella época encuentran un eco hoy en sectores nacionalistas de la izquierda latinoamericana.

Trotsky, al principio, mantuvo una actitud cuidadosa hacia el APRA y llegó a tener a sus dirigentes en cierta estima, hasta el punto que consideró la posibilidad de alcanzar acuerdos de frente único con ellos. En la entrevista anteriormente citada, Trotsky se pronunciaba del siguiente modo:

“No conozco al aprismo como para arriesgar un juicio definitivo. En Perú la actividad de este partido es ilegal y por lo tanto difícil de observar. En el con­greso de setiembre contra la guerra y el fascismo, el APRA, junto con los delegados de Puerto Rico, adoptó una posición que, hasta donde yo la puedo juzgar, fue valiosa y correcta … Creo que los acuerdos con los apristas, para determinadas tareas prácticas, son posibles y deseables a condición de mantener una total independencia organizativa.” (Íbid).

Sin embargo, Trotsky terminó dándole completamente la espalda al APRA y a sus dirigentes cuando dejaron al descubierto su demagogia e insuficiencia pequeñoburguesa, y sus ilusiones en el imperialismo norteamericano como garante de la “democracia” en el continente.

Trotsky juzgó muy duramente los prejuicios pequeñoburgueses de los dirigentes del APRA contra los obreros de los países imperialistas, y particularmente de los Estados Unidos, cuando aquéllos insistían en que los trabajadores norteamericanos no se interesaban por la lucha antiimperialista de las masas latinoamericanas y, por lo tanto, no tenía sentido buscar ningún tipo de alianza con ellos.

Trotsky explicó que los pueblos coloniales y ex-coloniales tenían los mismos enemigos que los obreros de los países imperialistas: las burguesías imperialistas de EEUU, Europa y Japón. De ahí que, objetivamente, debían buscar una alianza para mejor combatir y tumbar al enemigo común.

En este sentido, el “Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, publicado en Mayo de 1940 y redactado por Trotsky, señalaba:

“Sólo bajo su propia dirección revolucionaria el proleta­riado de las colonias y las semicolonias podrá lograr la colaboración firme del proletariado de los centros metro­politanos y de la clase obrera mundial. Sólo esta colabo­ración podrá llevar a los pueblos oprimidos a su emanci­pación final y completa con el derrocamiento del impe­rialismo en todo el mundo. Un triunfo del proletariado internacional libraría a los países coloniales de un largo y trabajoso período de desarrollo capitalista, abriéndoles la posibilidad de llegar al socialismo junto con el proletaria­do de los países avanzados.

“La perspectiva de la revolución permanente no signifi­ca de ninguna manera que los países atrasados tengan que esperar de los adelantados la señal de partida, ni que los pueblos coloniales tengan que aguardar pacientemente que el proletariado de los centros metropolitanos los libere. El que se ayuda consigue ayuda. Los obreros deben desarrollar la lucha revolucionaria en todos los países, coloniales o imperialistas, donde haya condiciones favorables, y así dar el ejemplo a los trabajadores de los demás países. Sólo la iniciativa y la actividad, la decisión y la valentía podrán materializar realmente la consigna ‘¡Obreros del mundo, uníos!’”

Uno de los dirigentes del APRA, Guillermo Vegas León, se jactaba diciendo que el gobierno nacionalista de Lázaro Cárdenas en México no había necesitado la colaboración del proletariado norteamericano para nacionalizar el petróleo, y que por lo tanto tampoco se necesitaría la ayuda de los obreros de los países imperialistas para proseguir las reformas democráticas que México y los demás países latinoamericanos demandaban.

Trotsky respondió a las tesis de Vegas León en un artículo titulado “La ignorancia no es una herramienta revolucionaria” (30 enero 1939), en el que afirmaba: “Todo este razonamiento demuestra que el publicista del APRA no comprende el abecé de un problema que es de importancia fundamental para su partido, es decir, la relación entre los países imperialistas y los semicoloniales”

Efectivamente, el grado de emancipación económica que México alcanzaba con la expropiación del petróleo de las manos británicas sólo tenía un carácter relativo y condicional, dado que México seguía dependiendo de su venta a los países imperialistas; además, la expropiación podría revertirse en un marco desfavorable de relación de fuerzas – presiones diplomáticas o militares, un golpe de estado proimperialista, derrotas y retrocesos del proletariado mundial, etc. Trotsky añadía:

“Este es uno de los aspectos de la cuestión. Pero también hay otro. ¿Por qué pudo el gobierno mexicano realizar con éxito las expropiaciones, al menos por el momento? Sobre todo, a causa del antagonismo entre Estados Unidos e Inglaterra. No había que temer una intervención activa, inmediata, de parte de Inglaterra. Pero éste es un problema menor. El gobierno mexicano también consideraba improbable la intervención militar de su vecino del norte cuando decretó la expropiación. ¿Sobre qué base se apoyaban esos cálculos? Sobre la actual orientación de la Casa Blanca: el "New Deal" en la política interna iba acompañado de la política de "buena vecindad" en las relaciones exteriores.

“Evidentemente Vegas León no entiende que la actual política de la Casa Blanca está determinada por la profunda crisis del capitalismo norteamericano y por el crecimiento de las tendencias radicales en la clase obrera” (Ibíd.). Y continuaba:

“Roosevelt aplica la misma política a las relaciones internacionales, sobre todo a América Latina: hacer concesiones secun­darias para no perder en los problemas importantes. Justamente estas relaciones políticas internacio­nales posibilitaron que la expropiación del petróleo por México no provocara una intervención militar ni un bloqueo económico. En otras palabras, se pudo realizar un avance pacifico en el camino hacia la emancipación económica gracias a la política más activa y agresiva de grandes sectores del proletariado norteamericano” (Ibíd.).

Y concluía:

“En esencia, esta cuestión sólo se podrá resolver por un abierto conflicto de fuerzas, es decir por la revolución, o para ser más exactos por una serie de revoluciones En esas luchas contra el imperialismo participaran, por un lado, el imperialismo norteame­ricano en defensa propia; por otro, los pueblos de América Latina, que luchan por su emancipación, y que precisamente por esa razón apoyarán la lucha del proletariado norteamericano” (Ibíd.)

Unos meses antes, el principal dirigente del APRA, Raúl Haya de la Torre, publicó un artículo en la revista argentina Claridad en la que, luego de considerar al eje fascista Alemania-Italia-Japón como el principal peligro para los pueblos latinoamericanos, declaraba: "En caso de agresión, estamos seguros de que Estados Unidos -el guardián de nuestra libertad- nos defenderá … En tanto Estados Unidos sea fuerte y esté alerta, ese peligro no será inmediato, pero... será un peligro". Trotsky le respondió yendo al meollo de la cuestión:

“¿En qué sentido se puede calificar a Estados Unidos de ‘guardián de la libertad’ de los mismos pueblos a los que explota? Solamente en el sentido de que Estados Unidos está dispuesto a "defender" a los países de América Latina de la dominación europea o japonesa. Pero cada uno de esos actos de ‘defensa’ implica la sumisión total del país "defendido" (Haya de la Torre y la democracia: ¿Un programa de lucha militante o de adaptación al imperialismo norteamericano? 9 noviembre 1938).

Y concluía:

“Si se considera que la burguesía imperialista norteamericana es el ‘guar­dián’ de la libertad de los pueblos coloniales no se puede buscar una alianza con los trabajadores norte­americanos. Esa subestimación del rol del proletariado internacional en la cuestión colonial surge inevitable­mente del intento de no asustar a la burguesía imperia­lista ‘democrática’, sobre todo a la de Estados Unidos. Está claro que quien espera encontrar un aliado en Roosevelt no puede transformarse en aliado de la vanguardia proletaria internacional. Esta es la línea divisoria fundamental entre la política de la lucha revolucionaria y la política de la conciliación sin prin­cipios” (Ibíd.).

La historia posterior del APRA no ha hecho más que confirmar el papel de esta organización como un instrumento a favor de los intereses imperialistas en la región, y en el Perú en particular.

Lucha anti-imperialista y lucha de clases

Es necesario establecer algunas conclusiones de las posiciones planteadas por León Trotsky sobre la realidad latinoamericana en los años 30. Si bien es correcta su distinción, siguiendo a Lenin, entre naciones opresoras y naciones oprimidas, en modo alguno esto significa que los marxistas estemos obligados a dar apoyo, del tipo que sea, y bajo cualquier circunstancia, a todos los gobiernos latinoamericanos o de cualquier país ex-colonial que, circunstancialmente, entren en conflicto con el imperialismo, como suelen hacer las sectas ultraizquierdistas. Lo que sí constituye una política de principios es denunciar y combatir al imperialismo como enemigo bajo cualquier circunstancia, pero dependerá de factores concretos: como el carácter o la orientación de clase del gobierno que colisiona con el imperialismo, su relación con las masas oprimidas de su país, la situación concreta de la lucha de clases dentro del país y en los países de su entorno, etc. lo que determinará el grado de apoyo o de no apoyo de los marxistas a dichos gobiernos y, por lo tanto, de las tácticas y consignas que debamos plantear en cada caso concreto; incluida la de plantear una alternativa obrera independiente a la de ambos contendientes. En definitiva, los conflictos con el imperialismo y a lucha anti-imperialista en general, como cualquier aspecto de la lucha y de las reivindicaciones democrático-nacionales, están supeditados para los marxistas al interés supremo de la lucha de la clase obrera para hacer avanzar la revolución socialista, en cada país e internacionalmente.

La lucha anti-imperialista y la construcción del partido revolucionario

Otra de las conclusiones que debemos extraer está vinculada a la construcción del partido revolucionario. Trotsky señalaba que movimientos políticos como el PRM de Cárdenas (antecesor del PRI mexicano) o el APRA eran una especie de Frente Popular bajo la forma de partido, en el sentido que eran organizaciones policlasistas que incluían desde fracciones de la burguesía hasta sectores del proletariado. Trotsky consideraba que, enfrentados al imperialismo, estos partidos-Frente Popular tenían un cierto carácter progresista del que carecían los frentes populares organizados en Europa en los años 30 para abortar la revolución. Aunque Trotsky planteaba que los núcleos de la IV Internacional deberían organizarse independientemente de esas organizaciones, insistía en que mantuvieran una actitud amistosa hacia el movimiento de masas, y opusieran de manera cuidadosa el programa científico del marxismo al programa amorfo y vacilante del nacionalismo pequeñoburgués, teñido con fórmulas semisocialistas, de estas organizaciones.

Aun así, Trotsky no se ataba a fórmulas organizativas rígidas y llegó, incluso, a proponer hipotéticamente un trabajo fraccional dentro del APRA: “Por supuesto no podemos entrar en un partido así; pero podemos crear un núcleo dentro de él para poder ganarnos a los trabajadores y separarlos de la burguesía” (Discusión sobre América Latina. 4 noviembre 1938).

Esto tiene relevancia para sacar lecciones del trabajo de los marxistas en movimientos políticos de masas de carácter nacionalista donde la clase obrera sí constituye la fracción mayoritaria y decisiva de dichos movimientos, que no fue el caso del PRM ni del APRA, pero sí el del peronismo en Argentina hasta los años 80 del siglo pasado, o actualmente en el PSUV de Venezuela. En estos casos, cuando los marxistas agrupan a una fracción muy pequeña de la clase trabajadora, no sólo está justificado un trabajo a largo plazo dentro de estas organizaciones, con la condición de no diluirse y mostrar un perfil claro, sino que es una absoluta necesidad para penetrar en las masas obreras y construir en el seno de las mismas sólidas fracciones marxistas que permitan agrupar a las capas más avanzadas de la clase y de la juventud revolucionaria, como un trabajo preparatorio para la formación de partidos obreros revolucionarios de masas en un estadio posterior, a partir de la escisión de estos movimientos de masas en líneas de clase cuando la revolución alcance un punto decisivo.

Corolario

El fermento revolucionario que sacude nuestro subcontinente nos obliga a los marxistas intervenir en los movimientos de masas con las tácticas y las consignas más correctas para conectar con las capas más avanzadas de la clase obrera y hacer avanzar la lucha por la transformación socialista de la sociedad. Extraer las principales conclusiones de la intervención de León Trotsky en los problemas de la revolución latinoamericana de su época resulta muy útil, por lo tanto, para abordar los desafíos que nos plantea la revolución latinoamericana en la nuestra.


[1] Declaraciones en Tampico, 9 de enero 1937 (Escritos Latinoamericanos, Ed. CEIP. Pág. 31)

[2] Nombre adoptado por la Oposición de Izquierda Internacional en 1934 cuando tomó la decisión de iniciar la tarea de fundar una Cuarta Internacional, al margen de la Tercera Internacional estalinista, tras constatar la degeneración irreversible de esta organización después de la toma del poder por Hitler en Alemania. El nombre de Liga Comunista Internacional fue sustituido por el de Cuarta Internacional, cuando ésta fue fundada en septiembre de 1938 en París. La Oposición de Izquierda Internacional fue lanzada por Trotsky en 1929, tras su exilio de la Unión Soviética, para organizar la lucha de sus seguidores contra el estalinismo dominante en los Partidos Comunistas y la Internacional Comunista, donde estaban siendo expulsados y perseguidos.

[3] Sobre el segundo plan sexenal en México (León Trotsky, 14 de marzo 1939)