La burguesía colombiana, la verdadera enfermedad que debemos erradicar

Las calles del país parecen ajenas a la situación de salud pública mundial. Montones de personas se movilizan de aquí para allá con medidas de seguridad mínimas, en una mezcla de desinformación, hambre y laxitud estatal. La presión de los grandes capitalistas sobre el servil gobierno de Duque logró su cometido, propiciando la terminación de la cuarentena obligatoria y el inicio del Aislamiento Selectivo que en la práctica sólo representa poner a miles de trabajadores y trabajadoras en riesgo de contagio por la ambición de sus patrones. Las cifras no mienten, al día de hoy, 29 de septiembre del 2020, ocupamos ya el quinto lugar en el ranking de contagios mundiales con 813.056 infectados. Números no del todo confiables ya que una de las tácticas de la administración ha sido la reducción de pruebas.


No obstante, estas estrategias no les alcanzan para reactivar realmente el golpeado patrimonio nacional, ni mucho menos son suficientes para darle solución a las necesidades inmediatas que sufren marginados, trabajadores y varias capas de la pequeña burguesía que con desesperación se ven impelidos a salir de casa bajo la lógica del rebusque sin importar su estado de salud. Ante este escenario y con la falta de insumos de prevención, es inevitable un aumento de la infección, empeorando así la crisis hospitalaria que en la actualidad está al borde del colapso por su precaria situación.

En definitiva este mal cálculo, muestra de improvisación y afán, tira a la basura el poco avance logrado con las medidas de confinamiento temprano, exponiendo a la mayoría a la enfermedad y revelando la naturaleza inclemente de la clase dominante nacional.

Frente a los reclamos de subsidios básicos para las familias más necesitadas, Duque y su gobierno, únicamente han dado dosis altas de demagogia y corrupción, usando cantidades ingentes de los recursos estatales para costear aventuras reaccionarias contra Venezuela, o campañas de comunicación en mejora de su imagen, o reforzando su brazo armado y represor para tener con qué responder a una posible sublevación (esto lo vimos con claridad en los últimos acontecimientos del 9, 10 y 11 de septiembre y en la rápida respuesta para reparar con mejoras tecnológicas y de seguridad los CAI afectados durante las manifestaciones contra la violencia policial). Su bancarrota política es total y su impopularidad no para de crecer. Es así como, semana tras semana, aparecen ollas podridas involucrando a funcionarios y copartidarios en toda clase de acciones corruptas. Esta situación ha llamado a la unión de la clase oligárquica, a pesar de sus diferencias, para salvar sus intereses, pero la fractura interna es de tales proporciones que no han logrado una cohesión robusta. Aún así, con lo poco que tienen, aprovechan para cocinar, a espaldas de las mayorías, reformas laborales, impuestas por decreto y de manera inconstitucional, como el Decréto 1174, para recortar los nimios beneficios de la clase trabajadora, usando como excusa la crisis causada por la cuarentena. Mismo pretexto utilizado por el empresariado para desangrar al Estado pidiendo ayudas, sin parar los despidos masivos.

Lo cierto, es que poco tienen para ofrecer frente a la recesión más cruda que llegará después de todo esto. Su pánico financiero es evidente al mismo tiempo que prometen un futuro feliz cuando no hace falta ser un profeta para ver sólo hambre y miseria. Con un 19,7 % de tasa de desempleo, según la Ocde, la crisis se encrudece más día tras día. No obstante el problema no parece ser por falta de riquezas, pues, como se mostró más arriba los recursos están pero son utilizados para la protección de los intereses de la oligarquía y sus amigos, como el intento de préstamo a Avianca para salvarla.

Por otra parte, la respuesta de la izquierda resulta igual de anodina. Sus esfuerzos se mueven únicamente dentro de los límites del Estado burgués que usa sus propias leyes para pasarles por encima. A estas alturas el vacío de liderazgo en la oposición es igual, o peor, que el de la reacción. Una de las únicas figuras que se presentan como antagonista al gobierno es la de la Alcaldesa de Bogotá, Claudia López: una liberal de centro derecha que, aunque ha demostrado más control administrativo que el presidente— cosa de poco mérito al ver la mediocridad de Duque—, se refugia también en la demagogia, impulsando programas de protección que en la práctica son insuficientes. Su zalamero discurso de amor y convivencia pacífica, con el que cree solucionarlo todo y en realidad no soluciona nada, es igualmente peligroso para la salud pública de los capitalinos.

Ejemplos de lo anterior hay muchos, pero sirvan algunos de ellos, como: la sobreexplotación de los contratistas y funcionarios administrativos de todos los campos, pero sobre todo del de la salud, sin ninguna garantía de continuidad laboral; o las promesas de ayudas a las personas más desfavorecidas que son una miseria y llegan de manera intermitente; o el hecho de dejar toda la responsabilidad a la ciudadanía en referencia al cuidado sanitario; o la catástrofe presentada en el relleno de basuras Doña Juana que presentó un derrumbe importante hace algunos meses, impactando a toda la urbe, y que subsanaron con sólo un poco de cal. Ni que decir de su hipócrita posición con la represión policial durante las últimas protestas.

Cada vez más, la confianza en esta supuesta gran líder, desaparece dejando a muchos y muchas en la confusión. Ayudan poco a aclarar las cosas las posiciones del senador Gustavo Petro que pone todas sus esperanzas en una opción de cambio desde el punto de vista electoral y baila una peligrosa danza sobre la cuerda floja queriendo quedar bien con todas los sectores del progresismo nacional y con sus bases al mismo tiempo. En referencia a la pandemia no deja de señalar lo obvio, no por ello menos urgente: la necesidad de un sistema de salud pública, manejado por el Estado, que revitalice la infraestructura y mejore las condiciones del personal de la salud y sus pacientes. Todo dentro de los límites “democráticos” del capitalismo. Lo que no aclara es que para lograr su plan se necesita derrocar a nuestro régimen actual y al sistema que le cobija, en cambio sólo pide paciencia hasta las próximas elecciones.

La enfermedad ha encontrado, entonces, un ambiente favorable para esparcirse en un país abandonado y acosado por el hambre. La ruralidad, desde siempre despreciada, enfrenta momentos igual de críticos. Es una vergüenza que en muchas poblaciones se cuenta apenas con una cama de cuidados intensivos. A eso sumemos el aumento de las masacres.

Afuera la gente está desesperada, viviendo el día a día y buscando respuestas debajo de cada piedra, por lo que no es raro verles escoger como refugio cualquier miseria ideológica que parezca medianamente coherente. Sin embargo, todo esto se ha presentado como un catalizador para despertar la consciencia de clase del proletariado más empobrecido y el interés político de las capas más avanzadas. Sin empleo, con perspectivas de un futuro bastante oscuro, los estallidos sociales no se han hecho esperar. Los sucesos de este último mes son muestra clara de eso. No tardará en volverse a prender con más fuerza un nuevo movimiento de lucha, nacido de las bases más golpeadas. La pregunta es: ¿cuándo esto suceda cuál va a ser la estrategia de respuesta?

Es evidente que hoy más que nunca es necesario crear una organización de y para la clase trabajadora, que responda a las necesidades de quienes más lo necesitan. Es necesario generar un programa que garantice la protección de la vida de las clases empobrecidas. Por supuesto, esto sólo se logra con una construcción teórica fundamentada en las ideas del marxismo y contrastadas a la luz de la realidad nacional. El tiempo del capitalismo ha llegado a su fin y debemos derrotarle o dejar que nos arrastre a su miseria.

Aquí queda al descubierto la inoperancia de nuestra casta política al servicio de la burguesía inoperante. Es cierto que ahora se mueven por el miedo a una explosión social, pero en esto no pueden radicar nuestras esperanzas. Como decía Trosky en su maravilloso texto La Revolución Permanente: “El sólo ‘miedo’ a la revolución no resuelve nada: el factor decisivo es la revolución”.

Se prepara sin lugar a dudas una insurrección de grandes magnitudes. Lamentablemente no existe hoy en día una fuerza política con un programa revolucionario capaz de responder a las exigencias del momento histórico. Como hemos visto en Chile, en Ecuador y en nuestro propio país desde el año pasado, las masas están dispuestas a luchar y salen a la calle a pesar de la represión. Pero sin una dirección revolucionaria que pueda llevar a la victoria al final esos movimientos no lograron su objetivo. El movimiento espontáneo de las masas por sí mismo no basta, tiene que combinarse con la existencia de una dirección revolucionaria, de lo contrario, en el mejor de los casos, terminaríamos siendo gobernados por los mismos, disfrazados con un manto de progresismo; en el peor, nos quedaríamos cortos al decir que repetiríamos un evento de las proporciones sangrientas como el del Bogotazo.

Es necesario y urgente por lo tanto construir esa organización política eficaz y organizada que se ponga a la cabeza del movimiento y tenga las respuestas correctas. Mientras, el aprendizaje será duro. Desde la Corriente Marxista Internacional en Colombia creemos que la victoria es posible, por eso trabajamos en la elaboración de una corriente marxista que participe en el movimiento, codo con codo con las masas trabajadoras, apuntando a lo que pensamos que es la única alternativa al callejón sin salida del capitalismo en crisis: la lucha por el socialismo. Todo esto, sin lugar a dudas, tiene un costo y esfuerzo que debemos cumplir.

Invitamos a que nos sigan a las actividades virtuales que organizamos y que nos contacten.

A continuación presentamos nuestro programa de choque contra la situación actual de salud pública:

  1. Mayor inversión en el sistema de salud que debe ser enteramente público para cubrir todas las demandas materiales como el aumento en cuidados intensivos de camas hospitalarias, respiradores e insumos.
  2. Expropiación de las EPS (Entidades Promotoras de Salud) e IPS (Institutos Prestadores de Salud).
  3. Estímulos al avance en investigación y mejora de los medios de producción.
  4. Contratación de todo el personal sanitario disponible y la protección del derecho de trabajo de quienes lo tienen.
  5. Aumentar los ingresos del personal sanitario.
  6. Amparo a los derechos de todos los miembros de la salud y protección de su integridad física con toda la dotación, dentro y fuera de hospitales.
  7. Fabricación masiva de insumos y productos básicos de la canasta familiar siguiendo las debidas normas sanitarias.
  8. Restablecimiento de la cuarentena total, asegurando el pago de un salario para los afectados y reforzando la seguridad laboral de toda la población.
  9. ¡No a los despidos masivos ilegales, tanto dentro de las entidades estatales como desde el sector privado! Si la clase trabajadora no tiene trabajo la crisis será mayor.
  10. Condonación del pago de deudas, renta, hipotecas y facturas de energía durante la duración de la pandemia.
  11. Impuesto a las grandes fortunas. Empresa que se declare en quiebra deberá presentar las debidas evidencias y ponerse bajo el control efectivo de sus trabajadores.
  12. Suspender el pago de la deuda externa.
  13. Nacionalización sin indemnización de las grandes multinacionales y de las propiedades de las 50 familias que controlan la economía del país, para poner esos recursos al servicio de los intereses de la mayoría, mediante un plan democrático de producción bajo control obrero.

¡Primero la vida!

¡Fuera Duque y la clase que representa!

¡El capitalismo es la enfermedad, la cura es la revolución proletaria!

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