La falsa correlación de fuerzas de UP y la lucha por la república socialista

Después de más de dos semanas desde que el rey emérito abandonara el país por la puerta de atrás, la crisis de la monarquía había salido de la primera plana hasta el día 17 de agosto, cuando se informó que Juan Carlos se encuentra en Emiratos Árabes Unidos. Antes de esta noticia, el centro de la información era otra vez el enésimo escándalo fabricado para tratar de erosionar a Podemos con la colaboración de la prensa mercenaria y del poder judicial reaccionario.

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Por supuesto, a nivel de la calle, el escándalo por la huida del Borbón ha permanecido, aunque de momento no haya dado lugar a movilizaciones significativas aparte de las que han tenido lugar en Madrid y Mallorca, pero hasta el lunes había desaparecido prácticamente de los medios de comunicación. Esto debe atribuirse, por supuesto, a la actitud cortesana de la prensa del régimen pero también, y no en menor medida, a la pasividad y tibieza de los dirigentes de Unidos Podemos (UP).

Los dirigentes de Unidos Podemos insisten en que la “correlación de fuerzas” actual no es propicia para la proclamación de la república, pero lo cierto es que el rechazo a la monarquía y el apoyo a un referéndum sobre la forma de Estado nunca han sido tan grandes desde la Transición, y no solo entre la juventud. El panel de la web Electomanía indica que entre julio y agosto el apoyo a la república se ha disparado en el conjunto del Estado hasta el 55%, siendo mayoritario en Galicia, Asturias, País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, Baleares, Comunidad Valenciana, Extremadura y Andalucía. El apoyo a la república entre la juventud es de un abrumador 62%. La situación no ha sido tan favorable en décadas; el derecho a decidir sobre la forma del Estado es un clamor popular. Una gran parte de los votantes del PSOE, incluso gente de derechas, estaría a favor de la república.

Sin embargo, cuando sólo se mira al parlamento, la correlación de fuerzas siempre será desfavorable. Es una perspectiva tramposa por parte de Iglesias. Al fin y al cabo, las Cortes es un parlamento burgués, que en última instancia defiende al régimen del 78 como sostén del capitalismo español: por activa y por pasiva, los políticos y burócratas harán todo lo que puedan para defender el statu quo. Por consiguiente, y como ya ha demostrado la historia de nuestro país, la república sólo es posible mediante métodos revolucionarios, con la participación activa de la clase trabajadora. Jamás nos la regalarán. Si los dirigentes de UP fueran honestos en esto, o si lo entendieran correctamente, ahora estarían agitando y movilizando la calle en vez de mostrar una actitud lastimera y de inoperancia, velada por frases elegantes pero totalmente vacías de contenido. El cretinismo parlamentario nunca ha ayudado a la población oprimida a mejorar sus condiciones de vida.

Pablo Iglesias asegura que se necesitan dos tercios de la Cámara para llevar a cabo este procedimiento. Iglesias debería explicar que precisamente el régimen del 78, su Constitución y sus leyes están hechas para perpetuar la monarquía por encima de los deseos del pueblo: los Borbones, y el rey como personificación de la institución, son los bastiones de defensa del capitalismo español. Además, Iglesias deja el legado de la república a los jóvenes. “Yo soy ya demasiado viejo (o estoy demasiado enfangado). Soy republicano pero luchad por la República vosotros”. En efecto, el sentimiento republicano es mayoritario entre la juventud (y está indisolublemente unido a un creciente sentimiento anticapitalista), pero esto, en lugar de ser un argumento para retrasar la perspectiva de la república, debe ser todo lo contrario. La juventud es la capa de la clase trabajadora en la que primero se expresan los cambios de tendencia en la misma, y una movilización consistente basada en ella puede acabar arrastrando al resto, tanto a los batallones pesados de la clase obrera como al resto de capas.

La correlación de fuerzas de clase, un proceso vivo

Uno de los elementos decisivos que emplea la dirección de UP para justificar su sometimiento al régimen, a regañadientes con protestas secundarias, es la cuestión de la correlación de fuerzas. Iglesias ha dicho que “En esta década podría ser perfectamente plausible que se produjese este referéndum, si hubiese otra correlación de fuerzas”.

Detengámonos un momento en esta cuestión. ¿Qué es la correlación de fuerzas? La sociedad capitalista está dividida en clases, fundamentalmente en dos: la burguesía, que posee los medios de producción y controla las palancas fundamentales de la sociedad, y la clase obrera, quien produce y reproduce toda la riqueza que nos rodea. Estas dos clases dependen una de la otra, pero a la vez se enfrentan de manera antagónica para apropiarse de la plusvalía, la riqueza generada por la clase trabajadora por encima de los valores que cubren sus necesidades básicas. La lucha constante entre estas dos clases, y el grado de ventaja o desventaja, de oportunidades para la ofensiva, de victorias o derrotas de una sobre la otra es lo que se llama correlación de fuerzas. Como vemos, esta correlación no es un fenómeno estático; al contrario, es un proceso de constante cambio. En este sentido, no sólo son las clases las que juegan un papel activo en el cambio en la correlación de fuerzas, sino que dentro de estas los partidos y sobretodo sus direcciones juegan un papel crucial. Trotsky, analizando esta cuestión en su artículo “Clase, Partido y Dirección” dice:

“Rechazar estos elementos de sus cálculos, es simplemente ignorar la revolución viva, sustituirla por una abstracción, “la relación de fuerzas”, ya que el desarrollo de las fuerzas no cesa de modificarse rápidamente bajo el impacto de los cambios de la conciencia del proletariado, de tal manera que las capas avanzadas atraen a las más atrasadas, y la clase adquiere confianza en sus propias fuerzas.”

He aquí el meollo de la cuestión. Refugiarse bajo la fórmula de que la correlación de fuerzas no es favorable es, en el caso de Iglesias, una abstracción (además falsa, como ya hemos dicho) para desentenderse de sus responsabilidades como dirigente del partido más grande a la izquierda del PSOE. Si en vez de estas fórmulas vacías, Iglesias y los demás dirigentes de UP se pusieran a la cabeza de forma valiente de la lucha por la república, agitando y organizando en la calle, la situación podría avanzar enormemente en poco tiempo. Sin embargo, esta perspectiva es muy improbable, ya que los dirigentes de UP han virado hacia la derecha de manera peligrosa en el último periodo, apareciendo cada vez más incrustados en el régimen. La fuga de Juan Carlos y la lamentable respuesta de Iglesias y compañía es tan solo el episodio más destacado de este proceso. En pocas palabras, los dirigentes cada vez más prefieren ser “responsables” (mantener sus sillones), antes que enfrentarse decididamente al régimen del 78.

Organizar la lucha en la calle y desde abajo

Nos encontramos en un momento decisivo de la ya larga crisis del régimen del 78. En una década, han saltado todas las costuras de la Transición y han resurgido con fuerza todos los viejos problemas irresueltos del Estado español, en especial la cuestión nacional y la cuestión de la monarquía. La crisis de régimen apareció impulsada por la anterior crisis económica de 2008 y llega irresuelta y profundizada con una crisis económica aún más agravada en 2020. En estas condiciones, con un aumento dramático del paro y la pobreza, con la perspectiva de nuevos recortes en servicios sociales, con todas las estructuras del Estado en el más absoluto descrédito, desde el poder judicial a la Corona, y una extrema derecha cada vez más agresiva y desafiante, envalentonada por la única razón de que las direcciones de la izquierda se han negado hasta ahora a organizar un movimiento de masas en la calle para hacerle frente, la consigna de la república va a ir adquiriendo cada vez más importancia en el proceso de luchas que se abre.

Sin embargo, para poder hacer realidad la república, y como nos ha mostrado claramente la historia de nuestro país, en primer lugar es necesario que se desarrolle un movimiento revolucionario, con la participación activa de la clase obrera organizada. En este sentido, como paso hacia dicho movimiento, es necesario canalizar la rabia, frustración y ganas de cambiar la sociedad mediante la organización decidida de un referéndum sobre la monarquía, con o sin el sello parlamentario.

Por eso, iniciativas como la de Anticapitalistas y otros grupos, apelando a la formación de un frente único con todas las demás fuerzas republicanas del Estado para organizar un referéndum, es un paso adelante. En dicho frente único deberían participar tanto los partidos republicanos como los movimientos sociales y los sindicatos. Este referéndum, como ya venían organizando los compañeros de la Plataforma por el Referéndum sobre monarquía o república, se debería llevar a cabo en cada barrio y puesto de trabajo, impulsando de esta manera la máxima participación posible.

La organización desde abajo de dicho referéndum no solo golpearía duramente a la monarquía y por consiguiente al régimen, sino que también inyectaría a las masas confianza en sus propias fuerzas, además de una experiencia política importante de cara a las grandes batallas sociales que se avecinan. Pero debemos ser claros. La lucha por la república está íntimamente ligada a la lucha por la transformación de la sociedad; una no se puede separar de la otra. Esto es así porque la monarquía borbónica es la encarnación del Estado capitalista, el pivote alrededor del cual gira todo el aparato represivo y judicial para la defensa de los intereses del gran capital, de su propiedad privada y de los privilegios que emanan de esta. De forma concreta: el trabajador republicano no sólo se enfrenta a su empresario por cuestiones económicas, sino que también por acabar con la monarquía que protege los intereses del empresario.

En conclusión, la demanda por la república, en nuestra opinión, debe ir ligada a la demanda por el socialismo, por una sociedad sin clases en donde se produzca para cubrir las necesidades de la mayoría y no para llenar groseramente los bolsillos de unos pocos. Una república que permita a los pueblos del Estado español progresar material y culturalmente, en una federación voluntaria de repúblicas socialistas ibéricas. En este sentido, es esencial desarrollar una corriente marxista en el seno del movimiento obrero que plantee sin tapujos un programa revolucionario para acabar con todas las lacras de este sistema podrido.

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