Aprobar para seguir luchando

El régimen, con el Acuerdo por la Nueva Constitución y auxiliado por la pandemia, logró efectivamente desmovilizar el impulso revolucionario de los cinco meses que siguen al estallido. Ahora nos enfrentamos a tomar una posición frente a la coyuntura inmediata, que es por el Apruebo, el Rechazo, o anular y boicotear el plebiscito.

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Algunos grupos de izquierda han hecho el llamado por estas últimas opciones, regando el pesimismo dentro de la clase trabajadora. El triunfo del rechazo representa la mantención del statu quo y cederle a la derecha más recalcitrante un sentimiento de confianza. Peor aún, presenta el riesgo de infundir en las masas la desmoralización y el descrédito de la importancia cardinal que tuvo el estallido. Aunque fue finalmente desviado dentro del proceso constituyente, es necesario reivindicar el impulso revolucionario original de la Rebelión de Octubre, el levantamiento insurreccional, y la Huelga General, para defender ese legado de autoorganización de la clase trabajadora y acción directa de las masas. Debemos por lo tanto llamar a votar Apruebo, pero sin sembrar ilusiones en el pueblo.

La nueva constitución representa un intento de algún sector de la clase dominante para cerrar la crisis por arriba. Pero en la situación económica mundial, se engañan si creen que pueden cerrar la crisis, como también se engañan los que sinceramente crean que esta constitución produce una grieta en el sistema económico capitalista. Hay avances democráticos importantes, pero en realidad no toca el capitalismo. Se establecen derechos sociales, pero no se arma políticamente a la clase trabajadora de los medios necesarios para defender esos derechos y liberarse de la dominación capitalista.

Una Asamblea Constituyente, es en el fondo un parlamento democrático burgués, que tiene la particular tarea de escribir una constitución. Aquí se cobija la idea de que la clase capitalista impone su dominación a través de lo estipulado en un pedazo de papel como la Constitución. En realidad, los capitalistas son dueños del país, de las riquezas y de los medios de producción, y debido a esto pueden imponer su sistema económico, brutal y sin regulación. La constitución del 80 es el reflejo de esto, y no al revés. Esa constitución fue producto de la derrota histórica de la clase obrera chilena en el golpe de Estado del 73, es decir, producto de una real correlación de fuerzas entre las clases antagónicas.

A pesar de todas las concesiones, la propuesta final de la convención no satisface a los poderosos de siempre. Los marxistas sabemos bien que los burgueses no van a ceder un milímetro de sus prebendas sin antes dar una pelea. Es así como han echado mano a toda la maquinaria de que disponen para sembrar el miedo al cambio entre la población. Este mensaje, ayudado por la pusilanimidad del gobierno y los sectores que lo apoyan, logra calar en capas medias y populares, quienes no ven en el proyecto de constitución elementos concretos que les permitan esperanzarse.

Ante la opción del Rechazo, vemos claramente que en el triunfo del Apruebo puede existir un escenario más favorable para la clase trabajadora, bajo la condición fundamental de que el movimiento de masas se arme de ideas y métodos de lucha de clases, se generalicen las experiencias más avanzadas de combate y autoorganización de la Rebelión de Octubre, con la perspectiva de un gobierno de trabajadores.

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